Tener cuidado para que no se confundan los roles
Teófilo Quico Tabar
La anécdota que narraré la hago aprovechando la reflexión de Semana Santa para reiterar consejos a las generaciones más jóvenes de servidores públicos, a tener claro el papel que cada uno debe desempeñar. Porque cuando se sirve al Estado, no se deben dejar espacios que permitan que se confundan los roles.
El acontecimiento ocurrió hace tiempo. Pero durante Semana Santa me llamó J. J. Arteaga por un artículo que escribí semanas antes y me recordó una situación muy particular que incluso pudo ser accidentada. Esto así, por mi estilo abierto de expresar las cosas. Que aun tratando de no ofender, al hacerlo de una forma clara y llana, a veces se pueden mal entender.
J. J., como les dicen sus amigos, es de origen cubano. Lleva muchos años residiendo en el país. Lo conocí a mediados de la década de los 80. Solo conocía sobre él, que había participado en el conocido desembarco de Bahía Cochinos o Playa Girón en Cuba en abril del 1961, en un intento por derrocar el régimen de Fidel Castro. Y que posteriormente fue liberado, según se había informado, producto de un canje por productos médicos o comestibles. Aquí es una persona altamente conocida, sobre todo en los círculos económicos.
La cosa se produjo en un momento en que el sector comercial y empresarial me había enfrentado de manera increíble. Arremetieron con todos los cañones cuando me desempeñaba como director general de Aduanas. Las informaciones están al alcance de cualquiera en los medios de comunicación. Fue algo indescriptible. Ocurrió a raíz de que iniciáramos el proceso de modernización de las Aduanas. Lo que implicó la adopción de medidas que chocaban con las metodologías tradicionales a las cuales estaban acostumbrados algunos empresarios, comerciantes, y porque no decirlo, servidores públicos. Eso provocó un fuerte enfrentamiento entre los comerciantes y nosotros que, producto de su obcecación, eran incapaces de comprender la nueva realidad. Luego ellos mismos reconocieron que la situación se prestaba a favoritismos que atentaban, no solo contra los ingresos del Estado, sino contra ellos mismos.
Producto de ese enfrentamiento, el Presidente de entonces me habló del tema. Dijo que importantes dirigentes empresariales, entre ellos buenos amigos suyos, por vía de Arteaga se habían quejado de la situación. Y para darle más carácter al asunto, Balaguer hizo pasar al propio Arteaga al despacho, quien de inmediato comenzó a explicarle las quejas manifestadas por esos empresarios. Al terminar su exposición, solo se me ocurrió decirle a Balaguer lo siguiente: “La verdad doctor es que usted se equivocó con el nombramiento de Arteaga, porque él supuestamente es Asesor Económico del Poder Ejecutivo, pero en realidad el rol que realiza es el de Asesor Ejecutivo del Poder Económico”.
Cuando expresé eso, sinceramente pensé que provocaría una situación accidentada o de conflicto; sin embargo, Balaguer estalló de risa. Es más, dijo que nunca había escuchado una definición más acertada que esa para Arteaga. Pero igualmente Arteaga lo gozó.
A partir de ahí, los que conocen esa historia, acuñaron a J. J. como Asesor Ejecutivo del Poder Económico. Particularmente creo que Balaguer sabía el rol que jugaba J.J.
Teófilo Quico Tabar
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